Epidemia de narcopisos en el Raval

LA LACRA DE LA HEROÍNA

Los Mossos dan por extinguida la epidemia de narcopisos en el Raval

La operación 'Bacar' extirpó la mafia dominicana y la presión policial frente a las puertas de entrada ha ahogado cada regeneración

Los camellos ya no permiten que los toxicómanos se inyecten dentro de los domicilios y ello ha elevado la presencia de pinchazos en la vía pública

Un consumidor de heroína en la plaza Salvador Seguí del Raval. 

Los Mossos d’Esquadra dan por extinguida, o por prácticamente extinguida, la epidemia de narcopisos en el Raval de Barcelona. Durante el verano del 2018 los investigadores tuvieron constancia de al menos "una sesentena" de pisos de la droga a pleno rendimiento en Ciutat Vella, la inmensa mayoría de estos ubicados en el Raval, un cuadrilátero -de un kilómetro cuadrado en el que conviven 50.000 personas procedentes de los rincones más dispares del mundo- donde los traficantes de droga ensayaron una fórmula de venta de heroína que puso contra las cuerdas a la policía catalana y a la Guardia Urbana de Barcelona y convirtió en un infierno más de un centenar de comunidades vecinales del barrio, tal como avanzó EL PERIÓDICO.
La fórmula de los traficantes consistía en ocupar pisos vacíos y aprovechar la inviolabilidad de los domicilios para vender heroína. Así los policías necesitaban acreditar ante los jueces indicios claros del tráfico de droga para lograr una orden que les diera permiso para irrumpir en la casa. Los camellos, además, complicaban tanto las cosas como podían porque obligaban a los consumidores a inyectarse la heroína en el interior de los locales para evitar que fueran sorprendidos con heroína saliendo de su piso. Cuando anidaba un narcopiso en una escalera vecinal, engullía la finca entera y, en varias ocasiones, las familias huían despavoridas. Porque el espacio comunitario se llenaba de jeringuillas, orín, heces y el ajetreo de toxicómanos era constante durante las 24 horas. De media, en cada narcopiso había una veintena de drogodependientes que, además, tenían que consumir una decena de veces al día dada la baja calidad de la microdosis que se vendía (de 0.15 g). 

Lluvia de heroína

El parque de pisos vacíos en Ciutat Vella, sobre todo en el Raval, encima asciende a casi 400. Es decir, los traficantes tenían muchos huecos para escoger. Las cantidades de droga que se intervenían cuando una operación policial lograba permiso judicial para derribar la puerta eran siempre ínfimas. Y ello comportaba que los ingresos en prisión preventiva de los detenidos tras cada golpe fueran exiguos, casi insólitos. "Vendían la droga sin papeletas, en una montañita sobre la mesa y con un cubo de agua en el suelo. Si entrábamos, tiraban la droga al cubo y ya no podíamos analizarla", explica el intendente Toni Sànchez, jefe de la comisaria de Ciutat Vella. 
La escasa droga con la que eran sorprendidos, que les devolvía a la calle a las pocas horas, conjugada con el desinterés de los propietarios de los pisos ocupados -a menudo bancos, inmobiliarias o fondos de inversión, tal como acreditó una investigación de EL PERIÓDICO- provocaba que los narcopisos, a veces, reabrieran a las pocas horas de una operación. Sin la colaboración de los dueños para tapiar puertas y ventanas cuando se iban los agentes, cualquier esfuerzo policial era inútil. Entre el 2017 y la actualidad, se han hecho registros policiales en 170 narcopisos (104 en el Raval) y se han practicado 225 detenciones (112 en el Raval).

Epidemia enquistada

La epidemia se había enquistado y en verano del 2018 cundió el desánimo entre los agentes, que veían como los narcopisos renacían ante la desesperación vecinal. Y se reproducían, colonizando zonas enteras del Raval y saltando más allá, hacia Poble Sec, el Gòtic y Eixample. Durante esos meses, además, la lucha por el control del mercado resultó evidente a pie de calle, escenario de luchas insólitas con bates de beisbolmachetesespadas o luchacos. Un barrio en proceso de degradación. Los enfrentamientos eran el síntoma de la guerra librada por una organización criminal de origen dominicano, violenta, que en pocos meses arredró al resto de traficantes y se quedó con el negocio entero.

La operación Bacar

El 29 de octubre se activó una macrooperación de la División de Investigación Criminal (DIC), el caso 'Bacar'. Se clausuraron 24 narcopisos, se practicaron 58 detenciones y se lograron, entonces sí, 19 ingresos preventivos en prisión. La intervención extirpó la organización dominicana de cuajo y "logró cambiar la realidad social del barrio", subraya una fuente de la DIC. Pero lo que pedían los vecinos era que "no los abandonáramos a su suerte", recuerda el inspector Miquel Hernández.
Suprimir la mafia dominicana daba la oportunidad a los traficantes pakistanís, los verdaderos dueños de la heroína, de recuperar el negocio perdido. Tampoco los dominicanos entendieron fácilmente que debían desistir. Comenzó en esa época la segunda fase que ha logrado vencer la epidemia, apagar los rescoldos.
"Lo que hemos hecho ha sido colocar el dispositivo Ubiq -un convoy integrado por una quincena de antidisturbios, agentes uniformados y de paisano, y motoristas- frente a la puerta de cada narcopiso que reabría". La presión sobre los consumidores ha ahogado cada negocio. De esta manera, tras la operación Bacar, se han cerrado 24 pisos que han sido devueltos a sus propietarios. Todavía quedan operativos actualmente 5 narcopisos, "por poco tiempo", subrayan fuentes policiales. 
  

Los 'narcopisos' dan paso a los pisos de venta de droga

"Los narcopisos, capaces de degradar el barrio entero, son nuestra prioridad. Y los traficantes saben que si montan uno, iremos a por ellos", explica el subinspector Josep Lluís Miquel, al frente de la Unitat de Salut Pública, en la que se han integrado tres agentes de la Guardia Urbana para combatir el fenómeno.
Colocar policías frente a cada narcopiso reabierto tras la operación Bacar ha funcionado para ahogar el negocio y lograr que los traficantes desistan. Pero no ha acabado con la heroína -ni con la cocaína- en el Raval. Ni mucho menos. Actualmente los camellos han optado por regresar al método clásico: domicilios que funcionan únicamente como puntos de venta de droga. Es decir, los camellos venden caballo pero los toxicómanos se lo inyectan en la narcosala, no dentro de los pisos -una práctica que destrozaba las comunidades vecinales y acuñó el concepto 'narcopiso'-. Tras el golpe contra la mafia dominicana se duplicó la afluencia de usuarios nocturnos en el CAS de Baluard. 
Los toxicómanos, sin embargo, se pinchan en la narcosala "solo cuando llegan a tiempo", remarcan fuentes policiales. A veces, el síndrome de abstinencia es tan agudo que se inyectan de camino. Este repunte, el de adictos pinchándose en la vía pública, es el que ahora alarma a los vecinos. Ha habido otro efecto secundario no deseado: el desplazamiento de toxicómanos al barrio de la Mina de Sant Adrià de Besòs.